PROCEDENCIA EXACTA DE LOS CLAVOS
DEL PUENTE DE WILLIAMSBURG

 

El gesto que hizo con la mano

se asemejaba al del pelotari que ha perdido el tanto

y palpa resignado con el pulgar derecho

la dolorida palma de su mano izquierda.

«Soy Dios,  haced el favor de no mirarme así.

Tengo sed, sacadme algo para desatascar la garganta.

Es como si una flecha me atravesase el cuello, por dios».

 

Nadie del bar lo puso en duda.

En las palmas de sus manos aún le sangraban

las heridas de los clavos.

Apuró de un trago lo que fuese aquello, el veneno que le sirvieron.

Después, al alzar la voz, se sonrojó ligeramente

como si el hijo del humilde carpintero

no hubiese nacido para dar órdenes:

 

«Mandad tres o cuatro jóvenes a la colina,

quién sabe, quizás se pueda hacer algo con la madera de la cruz:

 

un caballito, una mecedora, alguna balsa,

qué sé yo. Cualquier cosa».

 

  © Harkaitz Cano


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