Nunca desgarré el himen de la nostalgia,

la dulce membrana de memorias

que embellecían aquel viejo amado amor.

Nunca manoseé el pasado,

el volumen del único reino

capaz de vivir en sus fronteras.

Nunca arrojé besos mojados en adioses

a la boca oscura del olvido.

Nunca abaraté en el tesoro de la vida

el oro de sus últimas turbias lágrimas.

Nunca dejé que su dolor reventase

a merced del caballo de la ira.

Aún no me ha subido al alma el yo pecador.

Aún, por desgracia,

no me ha subido a la cara la vergüenza:

pues nadie puede, ni siquiera en voz baja,

denunciar las falsas confesiones de este falso poema.

 

 

 

  © Miren Agur Meabe


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