Caminé por viejos puentes,

Recorrí escalinatas de piedra húmeda,

subí a campanarios aburridos de hiedra,

crucé arcos que la tarde inundaba de morado;

me vieron los ojos muertos de los peces,

me olieron los perros en los huertos,

me reflejó el agua de la ermita.

me siguieron los remos de las barcas;

calmé mi sed con frutos del camino,

lavé en las ventas el polvo de la piel;

lisonjearon el sudor de mi frente

brazos que eran dulces hasta el alba;

me ofrecieron bebidas olorosas, ricas mesas;

el pico de la tormenta me doblegó alguna vez.

En ningún lugar hallaba la huella de tus pies.

Y, de pronto, mi alma peregrina escogió casa

y fue tu cuerpo la morada más perfecta.

Acabó el camino: tú eras la última parada.

 

 

 

  © Miren Agur Meabe


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