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-adelante, señor Etxeberri... pase... siéntese en esa silla... tengo algo para usted... muy interesante... bienvenido señor Etxeberri... ¿qué tal está usted? ¿su mujer y sus hijos también bien?... mire... voy a proponerle un nuevo producto que... (etc.)

El señor Etxeberri estaba ya aburrido. Los empalagosos empleados del 'Crediagricol' se le acercaban periódicamente: abra usted esta moderna cuenta... un plan de ahorro-vivienda... Se trataba ciertamente de uno de los mayores agricultores de la zona, con sus cincuenta hectáreas de pasto y una cuota lechera de 100.000 pintas. Tenía hermosas vacas, pero sólo él sabía cuánto le costaba alimentarlas y mantenerlas, para conseguir, casi siempre, un pequeño margen bruto de ganancia a final de mes.

Aquella mañana en concreto, ordeñó las vacas con la primera luz del día porque el tipo del 'Crediagricol' le había llamado por teléfono la víspera y, rompiendo la rutina habitual, se duchó, en un intento por quitarse de encima aquel penetrante olor a cuero y ubre que tenía tan pegado a la piel. No creía haberlo conseguido pues, al pasar por las ensoleadas calles de la ciudad, percibía en los demás campesinos un profundo olor a oveja o a cerdo que incluía el suyo propio. Quizás sólo fuera su imaginación, una ilusión, una obsesión.

Cuando la puerta del 'Crediagricol' se abrió, a la hora en punto, entró junto a una multitud de gente. Le pareció que todos le miraban, estaba completamente avergonzado y, con la boina en la mano, sentía su frente perlada de sudor.

-pase... señor Etxeberri... siéntese en esa silla... tengo algo para usted. Le llamé ayer... ¿el ganado está bien?

-sí, sí... y mi mujer y los niños también.

-bueno... mire usted... tiene aquí una deuda de 95.545.647,48 francos nuevos... no es grave, sabemos que lo pagará, por eso no nos preocupamos... (etc.)

El señor Etxeberri no era tímido, pero desconfiaba de la empalagosa verborrea del agente del 'Crediagricol'. Bajo la ducha había decidido no firmar nada, aunque habitualmente salía del banco habiendo suscrito algún documento. En la escuela agraria los profesores le habían calentado bien la cabeza diciendo que el mejor amigo del agricultor moderno no era el vecino sino el banco, concretamente el 'Crediagricol'. Había llegado a los cuarenta años y a menudo le parecía que trabajaba en balde. A la hija mayor la habían mandado a servir de muy joven, aunque era inteligente y le hubiera gustado que estudiara. Pero no tenía dinero. Lo justo para alimentar a las vacas.

-señor Etxeberri, tiene usted una deuda muy importante... hemos pensado que tendría que suscribir un préstamo de 50.000.000,00 francos para pagar parte de ella... éste va a ser un mal año... la sequía... las vacas darán menos leche... la hierba no crecerá a tiempo... es un pequeño préstamo... ¿qué son cincuenta millones para usted?... para seguir trabajando en lo que le gusta, nada...

El señor Etxeberri no tuvo tiempo de intercalar una sola palabra. El joven del 'Crediagricol' le puso bajo la mano el papel que tenía que firmar y, con temblorosa pluma, escribió el nombre Etxeberri. El tipejo se levantó. El señor Etxeberri seguía aún sentado, como ido, cuando aquél le ofreció la mano. En los labios del señor Etxeberri se dibujó una forzada sonrisa mientras pensaba «cabrones... cabrones...» Pero no se enfadó. El segundo de sus hijos dejaría la escuela a los dieciséis años y su mujer seguiría haciendo extras de todo tipo en el hotel «au bon coin».

Cuando se llevó la mano a la cara, aspiró el olor a vaca, y cuando se cruzó con su vecino, estaba temblando:

-ya veo ya... que eres bien recibido ahí dentro...

-bueno... bueno... me conocen bastante bien... ¿vienes a tomar un trago?

-no puedo, no tengo tiempo... tengo que comprar crías de ganso.

Todos ahogados por las deudas.

Y con ese olor a vaca pegado a la piel.

 

© Itxaro Borda
© itzulpenarena: Bego Montorio


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